Aubé es otro escultor de reconocida eminencia que se une a M. Rodin en su oposición al Instituto. Sus figuras de "Bailly" y "Dante" son muy finas, llenas de una dignidad impresionante en el conjunto, y marcadas por el tipo de modelado más vigoroso. Es fácil que a uno le guste menos su "Gambetta". Pero durante años, el único escultor eminente de Rodin fue Dalou. Quizás su protestantismo ha sido menos pronunciado que el de M. Rodin&#x27. Sin duda, tuvo mucho más éxito a la hora de ganarse tanto al conocedor como al público. El propio Estado, que ahora es más conservador que el Instituto, le ha encargado importantes trabajos, y el Salón le ha concedido su más alta medalla. Y así fue reconocido mucho antes de que las obras de M. Rodin&#x27 se levantaran de la agitación de la contención crítica a su actual eminencia envidiada, si no cordialmente aprobada. Pero por ser menos enérgico, menos absorto, menos intenso que el de Rodin, el entusiasmo de M. Dalou por la naturaleza conlleva una aversión apenas menos intransigente a las convenciones. No tuvo éxito en la École des Beaux Arts. A diferencia de Rodin, entró en esos recintos y trabajó durante mucho tiempo dentro de ellos, pero nunca con simpatía ni felicidad.

El rigor del precepto académico fue desde el principio excesivamente desagradable para su naturaleza esencialmente y eminentemente romántica. Se quejaba incesantemente. Esta formación le sirvió, sin duda, cuando se vio empujado por la necesidad a la escultura comercial, a esa clase de trabajos que se encuentran en un nivel muy alto para su género en París, pero cuyo mérito recae en el fabricante y no en el diseñador. Pero probablemente no sintió ninguna gratitud hacia ella por esto, persuadido de que para su despótica prevalencia habría habido un campo más claro para su espontáneo y agradable esfuerzo por ganar distinción. En esta época prefería la anarquía artística de Inglaterra, adonde se dirigió después de la Comuna, no por obligación, sino por prudencia, ya que, al igual que Rodin, su nacimiento, su formación, su talante y sus ideas han sido siempre tan liberales y populares en la política como en el arte, y en Francia un hombre de cierta sinceridad y dignidad de carácter tiene profundas convicciones políticas, aunque su profesión sea puramente estética. En Inglaterra tuvo mucho éxito tanto en la Academia como con los aficionados de la aristocracia, de los que realizó retratos, además de encontrar entre ellos compradores fáciles para sus obras imaginativas. La lista de estos últimos comienza, si exceptuamos alguna deliciosa decoración para uno de los palacios de los Campos Elíseos, con una estatua llamada "La Brodeuse", que le valió una medalla en el Salón de 1870. Desde entonces su producción ha sido prodigiosa por su originalidad, por su falta del poderoso impulso que se suministra de forma extraña a la fuerza productiva que sigue las convenciones y se mantiene en el camino trillado.

Sus numerosos temas campesinos llevaron en su día a compararlo con Millet, pero el parecido es de lo más superficial. No hay ningún parentesco espiritual entre él y Millet.

Dalou modela el Marqués de Dreux-Brézé con tanto entusiasmo como su "Boulonnaise allaitant son enfant"; su toque es tan simpático en su "Silenus" rubensiano como en su "Berceuse" naturalista. Además, no hay absolutamente ninguna nota de melancolía en su realismo, lo que, en la actualidad, es un punto que merece la pena destacar. Su vivacidad excluye lo patético. Las huellas de la influencia de Carpeaux son evidentes en su forma de concebir los temas que Carpeaux habría tratado. Nadie podría haber entrado en contacto tan estrecho con esa vigorosa individualidad sin sufrir en cierta medida su impronta, sin aprender a buscar los aspectos despiertos y elegantes de su modelo, sea cual sea. Pero con la distinción de Carpeaux'Dalou tiene más aplomo. Se aleja considerablemente del rococó. Su ideal se resume igualmente en la palabra Vida, pero se preocupa más por su esencia, por así decirlo, que por sus fenómenos, o en todo caso consigue hacerla sentir más que ver. Se percibe que la humanidad le interesa en el aspecto moral, que se interesa por su significado además de por su forma. En consecuencia, con él el movimiento ilustra la forma, que a su vez es verdaderamente expresiva, mientras que ocasionalmente, tan amargo era su disgusto con la pedantería de las escuelas, con Carpeaux la forma se utiliza para exhibir el movimiento. Además, M. Dalou tiene una cierta nobleza que la vivacidad de Carpeaux&#x27 es un poco demasiado animada para alcanzar. El motivo y el tratamiento se mezclan en un barrido mayor. La sustancia más grave sigue los planos y las líneas de un estilo más majestuoso, aunque menos brillante. Tiene, en una palabra, más estilo.

No puedo encontrar un epíteto más exacto, en general, para la gran distinción de Dalou&#x27, y la libertad consciente pero sobria, que la palabra veneciano. Hay un sutil frenesí que lo asocia con los grandes coloristas. Su obra está, de hecho, llena de color, si se le permite zanjar la jerga de los estudios.

Tiene la suntuosidad de Tiziano y Paul Veronese. Sus motivos están fundidos en el mismo molde amplio. Muchas de sus figuras respiran el mismo aire de tranquilidad y bienestar de alta alcurnia, de compostura serena y no demasiado intelectual. Hay un tinte aristocrático incluso en sus campesinos, una especie de distinción nativa inseparable de su toque. Y en sus mujeres hay una cierta dulzura agraciada, un cierto refinamiento exquisito y elusivo que en otros lugares sólo captó Tintoretto, pero que éste ilustró con una intensidad tan penetrante como para dejar quizá la impresión más casi indeleble que el aficionado sensible se lleva de Venecia. Las figuras femeninas del grupo colosal que debería haberse colocado en la plaza de la República, pero que fue relegado por la estupidez oficial a la plaza de las Naciones, son ejemplos de este encanto patricio en el porte, en la forma, en el rasgo, en la expresión. No tienen la brujería, el toque de bohemia que hace que figuras como la "Flora" de Carpeaux sean tan encantadoras, pero son a la vez más dulces y distinguidas. El sentido de la exquisitez que esto revela excluye toda la escoria de la rica magnificencia de M. Dalou&#x27. Incluso el grupo de "Silenus" ilustra la exuberancia sin el exceso: acabo de hablar de él como si fuera de Rubens, pero es sólo porque recuerda la magnífica fuerza y la fantasía desenfrenada de Rubens; en realidad es un motivo de Rubens purificado en la ejecución de toda la grosería flamenca. Hay incluso en la fantasía de Dalou'una medida y una distinción que atemperan la animación hasta asemejarla a una delicada blancura como la que ilustra el "Baco" del Bargello de Jacopo Sansovino. Sansovino después, por cierto, en medio de la artificialidad de Venecia, adonde fue, perdió por completo su fuerza individual, como M. Dalou, debido a su amor por la naturaleza, es menos probable que lo haga. Pero su esbozo para un monumento a Víctor Hugo, y quizás aún más su monumento a Delacroix en los Jardines de Luxemburgo, apuntan de forma preventiva en esta dirección, y quizás sería más fácil de lo que él supone permitir que su extraordinaria facilidad decorativa le lleve a ejecutar obras no penetradas por el sentimiento personal, y que recuerden menos el apogeo del Renacimiento que el periodo inmediatamente posterior, cuando el esfuerzo original se había agotado y el movimiento del arte se debía principalmente al impulso; cuando, como en Francia en el momento actual, la enorme masa de producción artística forzaba realmente la pedantería en la cultura, e impedía que fueran auténticas todas las personalidades, salvo las más austeras, a causa de la autoría inmensamente aumentada de lo que se había convertido en clásico.

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